¿Por liberal? Precisamente por liberal, la Abogacía tiene futuro ¡Atad corto a los perros! Abogadas y abogados de izquierdas y derechas. Por liberal, nadie debería acabar como la mujer condenada en el cuadro de Goya.
La abogacía, puede reclamar o ignorar su apellido liberal. Desde mi punto de vista, convendría darle una pensada a la resignificación de este término.
Lo que comienza como un movimiento revolucionario gaditano en 1812, con la primera Constitución española, a su decapitación por el conde de Romanones en 1931, lo liberal es bastante antipático en España; y tanto política, como económicamente, no se encuentra en sus mejores momentos.
El liberalismo nace en España, no en Inglaterra
Etimológicamente del latín «līberālis», para nuestro antepasado Cicerón, liberal era lo propio de quien nacía libre y actuaba en beneficio de la república.
Sin embargo fue en Cádiz donde la Ilustración retomó el término liberal y lo convirtió en Liberalismo.
«España jugó un papel central en la historia del liberalismo, pero rara vez se reconoce», asegura la historiadora Helena Rosenblatt, autora de “La historia olvidada del liberalismo Desde la antigua Roma hasta el siglo XXI”.
Rosenblatt le comenta al periodista David Barreiro que «los principios de su Constitución (1812) no solo fueron discutidos en Europa, sino también en la India y Filipinas, mientras que en Sudamérica inspiró los movimientos independentistas. Cuando fueron anulados, muchos liberales españoles huyeron a Inglaterra y allí se unieron a una corriente internacional que continuó expandiendo estas ideas. Temerosos de los españoles, los ‘tories’ más destacados intentan estigmatizar a sus adversarios ‘whig’ llamándolos ‘liberales británicos’».
La economía intentó apropiarse del liberalismo
Sostiene Rosenblatt que el término político sólo adquirió un significado económico a mediados del siglo XX, donde el énfasis estadounidense en la propiedad privada, contra las colectivizaciones propuestas tras el “telón de acero”, se reivindica como una de las libertades fundamentales (léase Escuela de Chicago).
El término liberalismo, que no existía en lo económico, se confundió así con las teorías librecambistas (ver polémica Benedetto Croce y Ludovico Einaudi, entre liberalismo y librecambio).
Su segunda encarnación como neoliberalismo en los años 80, ha sido enterrado recientemente por el Financial Times.
En “El virus pone al descubierto la fragilidad del contrato social”, la que un día fue hoja parroquial del neoliberalismo, extiende ahora su acta de defunción. Así, en su editorial del pasado mes de Abril, el diario salmón propone:
«Habrá que poner sobre la mesa reformas radicales, que inviertan la dirección de las políticas imperantes en los últimos cuatro decenios. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deberán considerar los servicios públicos como inversiones y no como pasivos, y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en el orden del día; los privilegios de los ancianos y los ricos en cuestión».
Ante la defunción de lo liberal, y lo neoliberal, en lo económico, aún existe una dimensión filosófica, política, e incluso letrada, del término, que no podemos, ni deberíamos ignorar.
El liberalismo «de libro» en España
Antonio Garrigues Walker es el clásico de cabecera sobre liberalismo, pero también sobre abogacía, o por lo menos así lo ve nuestro ministro de justicia, con el perdón de Cicerón, y mi propia posición.
Con Antonio me encuentro en el amor por el derecho anglosajón, la abogacía como profesión, el teatro, la filosofía y el estrecho de Gibraltar. Pero me desencuentro, igualmente, en otras muchas cosas.
Este liberalismo de enorme latitud nos permite compartir una nacionalidad con distintas ideas de nación, una profesión con ideas diferentes sobre la abogacía; y hasta nos permite competir en el mismo mercado desde distintas geometrías.
¿Contradictorio políticamente? No, de esto se trata precisamente la paradoja del liberalismo, dentro del paradigma de los Derechos Humanos.
Entre nuestras concordancias, suscribo hasta las comas de su opinión en “La ideología liberal y los partidos” (ABC, 2015), publicado siendo VOX irrelevante, parlamentariamente hablando:
«No es liberal la persona que confiesa y defiende sentimientos xenófobos o racistas como hace en estos momentos un porcentaje significativo de la ciudadanía del mundo occidental, como lo demuestra la inquietante victoria del Frente Nacional en Francia y el crecimiento de los partidos de extrema derecha en otros países europeos; no es liberal la persona que pretende poseer, nada más y nada menos, que la verdad absoluta -incluyendo las posiciones religiosas- porque esa es la actitud que impide el diálogo que es la clave de la convivencia en desacuerdo y conduce a formas de fanatismo y de fascismo; no es liberal quien defiende tradiciones o privilegios aunque sean causa importante de desigualdades -y entre ellas las que afectan gravemente a la mujer- ni tampoco quien acepta esas desigualdades como inevitables, e incluso naturales a la condición humana».
Al ser el liberalismo que defiendo, no-dogmático por definición, traigo a colación la reflexión del periodista Antonio Maldonado en “Los principios liberales de izquierda” donde explica como el término ha acabado desterrado del debate político; precisamente por haber renunciado la izquierda a un debate sobre el mismo.
“Pocas palabras sufren una confusión tan injusta como liberal. Por un lado, la derecha conservadora se la apropia sin que su acción política se ajuste un milímetro al ideario básico. Por otro lado, la izquierda, que se acerca mucho más a su programa, la rechaza e incluso la utiliza como descalificación contra aquellos a los que identifica como partidarios de un régimen económico sin reglas y perjudicial para los asalariados.”
La abogacía es, posiblemente, genuinamente liberal
Aunque política o económicamente el término liberal no haya acabado de tener éxito, a la Abogacía, el sambenito de lo de liberal, le viene de serie.
Así, aunque la Abogacía se encuentre en fuego cruzado según nuestras posiciones en el arco parlamentario, en el dictamen del Comité Económico y Social Europeo (2014) la cuestión queda bastante bien posicionada.
En “El papel y el futuro de las profesiones liberales en la sociedad civil europea de 2020”, la profesión liberal se define de acuerdo con los siguientes atributos:
- La prestación de un servicio idealmente de gran calidad;
- Con marcado carácter intelectual;
- Basado en una educación superior (académica);
- Un compromiso con el interés de servicio público;
- Un ejercicio de las funciones técnicas y económicamente independiente;
- La prestación del servicio a título personal;
- Bajo su propia responsabilidad y de manera profesionalmente independiente;
- La existencia de una relación de confianza especial entre el prestador del servicio y el cliente;
- El abandono del interés en obtener el máximo beneficio económico frente al interés del prestador por ofrecer un servicio óptimo, y
- Un compromiso de respeto estricto y preciso de la ética y las normas profesionales.
En base a ello, al menos conceptualmente podríamos defender las bondades del uso del término ‘liberal’ en la Abogacía, a pesar de haber sido abusado económica y políticamente.
Así, aunque es obvio que el uso del término liberal sigue siendo problemático, no encuentro mejor definición para nuestra profesión que la apuntada por los términos independiente y liberal, tal y como discuto en “Abogacía Crítica. Manifiesto en tiempo de crisis” (Aranzadi 2020), que desde ya les dejo como tarea de verano.
Encuentra aquí el artículo publicado originalmente en Confilegal el 09/08/2020.